domingo, 28 de abril de 2013

No tengo ni idea.

Era un sabio en peregrinación. Cruzó por un pueblo donde la gente se jactaba de ser muy devota. Cuando los del pueblo se enteraron de que había llegado, corrieron a conocerlo y comenzaron a hacerle preguntas.

-¿De dónde vienes, venerable sabio?
- No tengo ni idea - repuso el peregrino.
- ¿Y adónde vas? - preguntó otro.
-Y yo qué sé.
- ¿Qué es el bien? - preguntó otra persona.
- No sé - contestó el sabio.
- ¿Y el mal?
- Ni idea.

Todos estaban perplejos y comenzaban a sentirse indignados.

- ¿Qué es lo correcto?
- Lo que me place - respondió el peregrino.
- ¿Y lo equivocado?
- Lo que no me place.

La gente empezaba a sentirse irritada y no salía de su asombro.

- ¿Qué es la Sabiduría? - preguntó otro asistente.
- Lo que me viene bien.
- ¿Y la ignorancia?
- Lo que no me interesa o no comprendo.

Entonces todos los presentes perdieron la paciencia y comenzaron a increpar al sabio. Pero había un joven que sí era realmente un buscador e intervino para expresarse así:
- ¡Necios! Vosotros sí que no tenéis ni idea de nada y lo único que hacéis es seguir mecánica y ciegamente el ritual. Lo que ha hecho el sabio es representar el papel de las personas comunes.
Vosotros, en lugar de percibir que sois así, le despreciáis. No hacéis, pues, otra cosa que despreciaros a vosotros mismos.

A menudo lo que tanto nos irrita en los demás, también está en nosotros mismos. El avaro se siente especialmente indignado ante el avaro, el vanidoso ante el vanidoso y el envidioso ante el envidioso. 





Este relato, por supuesto, no lo he escrito yo, pero me ha parecido correcto compartirlo por aquí para que cualquiera que lo lea pueda usar su mensaje. Lo he encontrado  en el libro Cuentos espirituales del Himalaya, de Ramiro A. Calle. Totalmente recomendable.





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